Castelgandolfo, 10 de septiembre 2004
Queridos empresarios y trabajadores, economistas, profesores y estudiantes, amigos comprometidos a distintos niveles en el proyecto Economía de Comunión:
Os habéis reunido durante estos días aquí, en el Centro Mariápolis de Castelgandolfo, para un importante Congreso internacional cuyo objetivo es analizar detalladamente la realidad actual de la Economía de Comunión. Profundizaréis sus distintas dimensiones según la especialidad de cada uno, para darle un nuevo impulso y poner en evidencia los nuevos horizontes que se abren ante ella.
Siempre he deseado, como escribí en 1998, que la Economía de Comunión se convirtiera en “una ciencia, con la participación de economistas preparados, que sepan delinear su teoría y su práctica, confrontándola con otras corrientes económicas, elaborando no solamente tesis de doctorado sino también creando escuelas en las que muchos puedan aprender. Una ciencia verdadera que dignifique a quien debe demostrarla con los hechos y constituya una verdadera ‘vocación’ para quien se compromete de alguna manera con ella” (Carta escrita desde la Mariápolis Araceli, el 7 de mayo de 1998).
Como todos sabemos, la idea inspiradora de la Economía de Comunión fue la de hacer nacer empresas que produjeran beneficios que favorecieran a quien sufre necesidad. Me empujó a esto la constatación de que, no obstante la comunión de bienes que se practica en el Movimiento, no lográbamos cubrir las necesidades más urgentes de algunos de sus miembros. Además, sobrevolando la ciudad de San Pablo, me había impresionado mucho la selva de sus rascacielos rodeada por una cantidad inmensa de favelas, ésas que el Cardenal Arns llamaba “la corona de espinas”.
Con el proyecto Economía de Comunión nos reencontrábamos, si bien puesta en práctica de otra manera, con la idea genuina que había originado entre todos nosotros la comunión de bienes al comienzo del Movimiento: que no hubiera pobres. Ahora se trataba de hacer nacer empresas que produjeran beneficios, siempre a favor de los más necesitados, dando un ejemplo de actividad económica inspirada en el cristianismo.
Desde el comienzo nos pareció ver en este proyecto la concreción, según nuestro ideal, de una posible “vía nueva” a la que la historia parece orientarse superando el comunismo y el capitalismo: una vía de comunión en la libertad. Respecto a esto una personalidad tuvo la audacia de hablar de ella como de “la esperanza del futuro”.
En este momento vosotros y muchas otras personas estáis tratando de hacer progresar la Economía de Comunión y de unificar sus contenidos para que se pueda desarrollar un verdadero Movimiento económico. Los estudios, los seminarios académicos, los libros publicados y este mismo Congreso internacional demuestran que realmente es un comienzo muy prometedor.
Este Movimiento económico tendría que convertirse en la expresión económica de aquello que nosotros, apropiándonos de una palabra de san Juan Crisóstomo, llamamos “inundaciones”.
En estos últimos años, en efecto, hemos observado que en nuestra Obra, como fruto de su espiritualidad vivida a cuerpo, los manantiales de agua viva a los que se refiere el evangelio (cf .Jn. 4,14) inundan las realidades humanas, las más diversas. Y esto da origen no solamente a una economía nueva (la Economía de comunión), sino también a una política nueva (el Movimiento político de la unidad), a un arte, un derecho, una psicología, una pedagogía nuevas; nuevas porque están renovadas por el Espíritu.
Estas inundaciones, por lo tanto, son el producto de un diálogo particular, el diálogo con la cultura, que el Movimiento de los Focolares desde hace algún tiempo está entablando entre la sabiduría que ofrece el carisma de la unidad y los diversos ámbitos del saber y de la vida humana.
Expresiones de este diálogo con la cultura son, en el ámbito económico, los numerosos contactos que han establecido nuestros expertos con economistas de relieve nacional e internacional, y con instituciones y corrientes de pensamiento, como por ejemplo el gandhiano, cuyas ideas nos parece que convergen con las de la Economía de Comunión.
Es lógico que estas “inundaciones” se mantendrán como tales sólo si están constantemente animadas, alimentadas, por la luz que proviene del don de Dios que es el carisma de la unidad, so pena de recaer en el pensamiento y en la acción simplemente humanos. Por eso, también en el caso de la Economía de Comunión, será siempre oportuno y necesario volver a las inspiraciones que le han dado vida y a aquéllas que después la han seguido haciendo progresar.
Es lo que hemos tratado de hacer en abril del 2001, en el gran congreso que después de diez años del nacimiento de la Economía de Comunión reunió en este Centro a más de 700 personas. En esa ocasión nos detuvimos particularmente sobre lo que el Cielo podía habernos sugerido con respecto a los cuatro argumentos que se habían puesto en evidencia durante esos años:
Primero: el fin de la Economía de Comunión, es decir, el objetivo por el cual nació: llegar, como ya he mencionado, a hacer de modo tal que en nuestro Movimiento no haya pobres –como sucedía entre los primeros cristianos-, para dar un ejemplo al mundo y después abrirnos a él y servirlo hasta donde sea posible.
Segundo: la “cultura del dar”, que le es típica. Ese dar que nosotros hemos aprendido del Evangelio y que significa amar, amar a todos, no solamente a los necesitados por quienes se trabaja, sino también a los empleados, a la competencia, a los proveedores, a los clientes.
Tercero: “los hombre nuevos”, que no pueden estar ausentes de la gestión de la Economía de Comunión, “hombres nuevos”, que son hombres renovados por la Sabiduría del Evangelio.
Cuarto: las “Escuelas de formación” para hombres y mujeres que pueden y deben renovarse, necesarias para que podamos consolidarnos en nuestro ideal y no ser sofocados por el mundo. En estos últimos años la Escuelas que nacieron con esta finalidad están produciendo muchos frutos.
El Espíritu Santo nos había sugerido muchas ideas con respecto a estos argumentos, y en el Congreso del 2001 las tomamos en consideración para interpretarlas en el modo justo y ponerlas en práctica con mucha fidelidad.
En mayo del 2003 yo también tuve la alegría de reunirme en Loppiano con los empresarios italianos ya comprometidos con la Economía de Comunión. Con ellos nos hemos detenido sobre el aspecto más importante del proyecto, es decir, sobre el hecho de que es una Obra de Dios, es decir, una Obra en la que Él es el principal protagonista. Y habíamos subrayado que, quien está llamado a dar su propia contribución, debe hacerlo como un instrumento, dejando que Jesús obre en ellos, es decir, amando como Él ha amado.
En esa ocasión también hemos constatado la gran actualidad de la Economía de Comunión.
Efectivamente, no podíamos dejar de reconocer que una de las causas más profundas del terrorismo que gravita sobre nuestro mundo es el terrible desequilibrio que existe entre los países ricos y los países pobres. Un desequilibrio que genera resentimiento, hostilidad, venganza, favoreciendo así el fundamentalismo que germina más fácilmente en un terreno semejante. Y habíamos afirmado que nuestro mundo tiene urgente necesidad de solidaridad y fraternidad, para no verlo sucumbir bajo un mar de dificultades, de temores, de odios, de guerras. En este contexto la Economía de Comunión podía iluminar a muchos, y contribuir, con otras fuerzas positivas, a suscitar una corriente inversa a la que genera el terrorismo, orientada a la fraternidad universal, base necesaria -¡y ojalá que el Señor así lo quiera!- para una posible comunión de bienes de gran amplitud.
Y aquí estamos ahora, en este nuevo Congreso.
¿Cuál es la pequeña contribución que yo puedo dar?
Detenerme un momento con vosotros sobre un argumento del cual hasta ahora no hemos hablado en los encuentros de Economía de Comunión, no obstante nos toque a todos muy de cerca.
La Economía de Comunión no es una realidad espiritual. ¡Al contrario! Es una realidad muy concreta, aunque esté animada por motivos espirituales. Una actividad humana por la cual todos los días es necesario hacer funcionar el cerebro y arremangarse; en la práctica, trabajar.
Por eso hoy quisiera que veamos juntos cómo debe ser el trabajo de quienes se ocupan de la Economía de Comunión.
Y como la Economía de Comunión es expresión de una Obra de Dios, tenemos que buscar signos y modelos –incluso el modo de trabajar en ella– en el mundo espiritual y religioso más que en el terrenal y humano.
Siempre provoca nuestra admiración que el Verbo de Dios, habiéndose hecho hombre, durante los años de su vida privada no solamente se retiró en soledad a meditar y rezar, sino que fue un trabajador. Esta elección suya nos hace comprender que el trabajo es constitutivo del hombre y que, en el pensamiento de Dios es un aspecto tan importante de la vida humana, que si faltara tendríamos que considerar al hombre menos hombre.
El hombre se realiza en modo particular mediante su trabajo.
Por eso, también en la Economía de Comunión hay que tratar de trabajar del mejor modo posible. Es más, debemos sentirnos llamados a hacer de cada hora de trabajo una obra maestra de precisión, de orden y de armonía. Y ser conscientes de que nuestros talentos deben ser aprovechados y mejorados, perfeccionándonos incluso mediante estudios especializados en la propia profesión.
Además, el Movimiento de los Focolares, del cual es una expresión el Movimiento económico, tuvo su primera inspiración en una casa que albergó a tres trabajadores: Jesús, José y Maria (la casa de Nazareth que fue transportada a Loreto), por eso quien trabaja en la Economía de Comunión debe ser consciente de que trabajando, al igual que Jesús, José y María, cumple la voluntad de Dios. Por eso no puede trabajar solamente por el provecho económico que le produce, aunque sea para beneficio de los demás, sino, en primer lugar, por amor a Dios.
Además tendrá que recordar que detrás de los trámites que debe hacer, más allá del trabajo duro al cual se dedica, detrás de las máquinas que hace funcionar, más allá de lo que confecciona o produce están los hermanos, o mejor dicho, está Jesús, que considera hecho a Sí mismo todo lo que hacemos por la comunidad o por cada persona.
Por otra parte, las personas que trabajan por la Economía de Comunión tendrán que hacerse uno con la persona y con la sociedad a la que sirven; trabajar de modo tal que cada obra que sale de sus manos sea amor. La voz de su conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, no dejará de recriminarles en el caso que no hayan hecho bien las cosas, o de aprobarlos cuando todo es correcto.
En el Movimiento de los Focolares también se subraya el compromiso consciente en cumplir el propio trabajo, madurando actitudes positivas de escucha, apertura, acogida y atención en la relación con los usuarios, clientes, colegas, responsables. Además de ser instrumento de santificación, esta conducta alcanza, junto a las herramientas típicas de los diversos oficios, el valor de la verdadera virtud.
Así debe ser para quien trabaja por la Economía de Comunión.
Y en la fatiga de las tareas que tienen confiadas, en las dificultades de relación y en las contradicciones que pueden encontrar, reconocerán su típica penitencia, que no puede faltarle a un cristiano o a quien con sinceridad quiere hacer el bien.
Además, para que se le confiera el justo valor al trabajo, también en la Economía de comunión se quiere poner en práctica un principio que parece estar en contradicción con lo que dije hasta ahora. Pero no es así: este principio llama a todos a trabajar manteniendo un cierto desapego del propio trabajo.
Es un principio que todo hombre tendría que vivir, porque –por lo menos en su aplicación espiritual- son válidas para todos las palabras de Cristo: “Y el que a causa de mi nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna” (Mt.19,29).
Todos deben estar, por tanto, desapegados al menos espiritualmente también de los “campos”, que significa también del trabajo. Los “campos”, el trabajo, son amados, sí, pero por Dios, no antes que Él. ¿Y cuál es el resultado? “(…) recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna” (Mt.19,29). “Cien veces más”, el céntuplo, que significa un número indeterminado: cien veces más también en bienes, en crecimiento económico. Es decir, por el poco desapego que se nos pide, brota abundantemente la Providencia del Padre.
Y sabemos que las empresas de la Economía de Comunión tienen una gran experiencia de ello.
Existe asimismo una especial dimensión de la espiritualidad que a todos nos anima, que no puede dejar de tener consecuencias importantes en el modo de trabajar y de comportarse en los diversos ámbitos de la vida económica. Nuestra “espiritualidad de la unidad”, como se sabe, es personal y comunitaria al mismo tiempo. En sintonía con la visión de la Iglesia-comunión, revalorizada por el Concilio Vaticano II, ésta subraya fuertemente el principio de fraternidad y la dimensión comunitaria de la vida humana y cristiana.
Quiere decir que, para quien la vive, no es suficiente ocuparse de la propia vida interior o de los compromisos personales. Nos pide que pongamos como base de nuestra vida, en cada uno de sus aspectos, el amor recíproco según la invitación de san Pedro a las primeras comunidades cristianas: “Ante todo tened entre vosotros una gran caridad” (1 Ped.4, 8). Sólo este comportamiento asegura la unidad entre todos y atrae la presencia de Jesús en la comunidad.
Esta presencia del Resucitado ente los hermanos unidos en su nombre debe caracterizar al equipo de las personas que trabajan en las empresas de la Economía de Comunión.
Por eso hace falta sentir el deber –bajo pena del fracaso personal y colectivo- de reavivar siempre con el amor recíproco esta presencia de Jesús.
Así es como está pensado el trabajo de quien está llamado a servir a Dios y a los hermanos en la Economía de Comunión.
Entonces, ¿qué cosa mejor puedo desear en este Congreso, si no que todos los miembros que se ocupan de este campo, desde los empresarios a los empleados, a los obreros, desarrollen su trabajo como aquí se ha dicho?
El amor mutuo conducirá a todos no solamente a comprenderse y a estimarse, a sentir propias las fatigas y los problemas de los demás, sino también a encontrar juntos nuevas formas de organización del trabajo, de participación y de gestión. Cristo en medio de ellos hará “nuevas” sus empresas que se convertirán, para muchos, en modelos de comunión: “morada de Dios entre los hombres”, verdadero anticipo del Paraíso.
La doctrina de la Iglesia dice que el hombre, mediante su trabajo y la fatiga que le procura, participa en la obra del Creador y del Redentor (Laborem exercens 25-27).
Y el Concilio Vaticano II agrega: “todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal” (Gaudium et spes 39).
Es así como debemos ver y entender la Economía de Comunión: un proyecto de acuerdo con el pensamiento de Dios, una obra que no se mantendrá sólo en esta tierra, sino también en la Otra Vida, donde tendremos la inmensa alegría de volver a encontrarla, en la Tierra nueva y los Cielos nuevos que nos esperan.
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